Península Ibérica, estío de 1812. La
victoria hispano-luso-inglesa frente las fuerzas napoleónicas en la batalla de Arapiles (Salamanca) el 22 de julio de dicho año, pese a no ser decisiva como sí lo serían las de Vitoria y San Marcial de las
que hablaremos más adelante, marcó un hito en el curso de la Guerra de la
Independencia de España.
En efecto, además de franquear el camino al norte de
España, el triunfo aliado en los Arapiles permitió la liberación de Madrid el 12 de agosto
del mismo año por Juan Martín Díez “El Empecinado”, Juan Palera “El Médico”, Manuel
Hernández “El Abuelo” y Francisco Abad “Chaleco”.
Juan Martín Díez |
En tal fecha los jefes guerrilleros accedieron a la
capital de buena mañana por la Puerta de Alcalá, recorrieron la calle del mismo
nombre, atravesando la Puerta del Sol, y la calle Mayor hasta la Casa de la
Villa. Los balcones de las casas de Correos, de la Aduana y de la Academia, así
como los de muchas viviendas particulares, se encontraban engalanados para la
fausta ocasión.
Desde la Casa de la Villa los jefes guerrilleros se dirigieron
a la Puerta de San Vicente, donde hacia las 10 horas recibieron a los generales
Wellington, España y Amarante y a sus tropas, entre el júbilo popular. A
continuación la comitiva se dirigió de nuevo a la Casa de la Villa, a cuyo
balcón se asomaron los héroes de la Liberación, quienes fueron aclamados con
entusiasmo por la población. Las tropas aliadas se hicieron con el control de
la ciudad y su generalísimo, Lord Wellington, se instaló en el Palacio Real. Mediante
un bando se instó a los madrileños a mantener el orden.
Real Fábrica de porcelana del Buen Retiro |
Al día siguiente se instauró la Constitución y se procedió a la formación de una corporación municipal libre. En la mañana del día 14 los aliados tomaron las últimas posiciones francesas en la ciudad, acantonadas en la Real Fábrica de porcelana del Buen Retiro
La entrada en Madrid de las fuerzas aliadas obligó a los ocupantes a replegarse hacia la costa mediterránea, donde estos se establecieron hasta el final de la guerra. De hecho, desde las posiciones que conservaron en la ruta Madrid-Valencia pudieron las tropas imperiales recolocar temporalmente al rey intruso en la capital en noviembre; sin embargo, la suerte de la guerra estaba echada y cinco meses más tarde el ejército de ocupación debió abandonar definitivamente Madrid.
Pero volvamos unos instantes, pues no en vano es éste un blog de historia industrial, a la fábrica de El Retiro.
En efecto, resulta incomprensible la obsesión de Wellington por destruir la fábrica, bajo el poco creíble pretexto de que las
fuerzas imperiales podrían prolongar la guerra si entraran de nuevo en Madrid -como así fue- y
recuperaran lo que había sido su cuartel general. El resultado fue que la
tecnología de la fabricación de porcelana, de una calidad superior a la
inglesa, se perdió en la fatídica jornada del 31 de octubre. Habría que esperar al fin de la guerra
para que artesanos supervivientes pudieran instalarse en La Moncloa y recuperar
en parte el gran legado artístico e industrial de la desaparecida fábrica.
La noria de agua, único vestigio de la Real Fábrica |
Por otro lado el invasor, pese a haber cedido la mayor
parte de la península, dominaba en 1813 todo el levante español. De
hecho Barcelona, como la totalidad de Cataluña, no era considerada territorio
ocupado sino lisa y llanamente territorio anexionado a Francia.
El objetivo
inmediato de las fuerzas aliadas fue empujar al ejército francés hacia el norte
de modo que éste organizara su retirada con el mínimo daño a la población. Esta
presión hacia el norte debería permitir a los aliados incluso la penetración en
territorio galo e intentar así forzar a Napoleón a una rápida rendición. Las
fuerzas mandadas por Wellington llegaron a Burgos pero se atascaron
en el asedio al castillo y las fuerzas napoleónicas, reagrupadas y reforzadas, pudieron
contraatacar y empujar a los aliados de nuevo hasta Salamanca.
Mientras tanto,
la campaña de Rusia absorbía el grueso de los recursos franceses. Parte de las
fuerzas que ocupaban España fue destinada al frente ruso, lo que posibilitó
nuevos avances aliados hacia el norte. Tras las victorias de Vitoria el 21 de
junio de 1813 y de San Marcial (Irún) el 31 de agosto siguiente, los aliados pudieron
cruzar los Pirineos y hostigar al enemigo en el propio territorio de éste. Nuestras
tropas habían llegado a Burdeos y bien podrían haber entrado en París, si bien se
desistió de continuar marchando hacia el norte al tenerse noticias de que austriacos, prusianos y rusos habían completado su avance hacia la capital
imperial.
En cumplimiento de la Constitución (y no del tratado de Valençay como en ocasiones se ha
escrito), Fernando VII regresa a España el 22 de marzo de
1814.
Pese a la capitulación de
Napoleón ante Austria, Prusia y Rusia el 14 de abril de 1814, la franja
mediterránea española se encuentra aún bajo el yugo imperial. Es hora entonces de liberar la totalidad del territorio nacional y restablecer las fronteras anteriores a la invasión de 1807-1808.
Sin la
intervención de Wellington y ante un ejército francés debilitado después de más
de seis años de acoso por la resistencia guerrillera en el monte y de derrotas
militares en campo abierto, el ejército español fuerza la retirada de Barcelona del general napoleónico Pierre Joseph Habert y libera la ciudad el 28 de mayo
de 1814, lo cual supone lograr la victoria en la guerra por la
independencia y la libertad de España.
Como no podía
ser de otra manera, el Congreso de Viena sancionaría en 1815 el trazado de la
frontera hispano-francesa anterior a la guerra y que es el existente hoy en
día.
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